El departamento olía a rancio,
como si la muerte se hubiera detenido demasiado tiempo y se mantuviera flotando
su presencia indeleble. Pero sobre todo, estaba el olor del paso de los años
depositado sobre los muebles, el peso de la monotonía y el olvido de que cada
día puede ser otro día y no el mismo repetido.
El inspector se acercó al cuerpo
y puso toda su atención en esa observación, haciendo que se desvanecieran los
ruidos de los otros oficiales revisando los demás cuartos y la misma cocina
donde él estaba en cuclillas. La figura levemente inclinada hacia la derecha era
grande y ocupaba casi todo el pasillo, un charco de sangre lo rodeaba, dándole
un halo macabro. A su alrededor había restos de platos, formando figuras
asimétricas estrelladas contra el piso.
-
Ayúdeme acá agente.
El uniformado se acercó y tomó de
las piernas el cuerpo inerte, para ayudar al Inspector a darlo vuelta. Lo observaron
deteniendo la mirada en el rostro lívido, todavía con una mueca de asombro en
sus ojos fijos. Sobre su pecho asomaba el mango de madera de un cuchillo de
cocina, la hoja de veinticinco centímetros había entrado limpia entre las
costillas al lado de la tetilla izquierda, seguramente atravesando el corazón.
- ¿Dónde está la mujer?
- En el dormitorio, estaba desmayada
cuando llegamos.
- ¿Y quien llamó a la policía?
- Ella, pero después le bajó la presión,
la está viendo el médico ahora.
Se puso de pie y caminó hasta la
habitación donde estaba la mujer acostada en la gran cama cubierta con un
lujoso edredón.
-
¿Como está ella doctor?
-
Está bien, bastante asustada, pero ya está consciente.
¿Se fijó en el cuerpo?
-
Si, parece que tiene solamente esa herida.
-
Si, pero fue más que suficiente. Hace mas o menos una
hora que pasó, ella dice que cayó sobre el cuchillo y se lo clavó, murió al
instante.
-
Ahora la voy a interrogar. Gracias doctor.
Recorrió con la mirada el cuarto
bien amoblado, corrió las cortinas cargadas que ocultaban la vista al río del
gran ventanal y se dejó volar desde ese décimo piso para recorrer el cielo
donde el sol dejaba una estela naranja mientras se perdía en el horizonte.
-
¿Cómo está señora? Soy el inspector Gonzáles y estoy a
cargo del caso.
-
Estoy mejor, pero todavía no puedo creer que haya
pasado.
-
¿Estaban peleando?
-
Estábamos discutiendo sí, el me amenazó y yo le tiré
unos platos que estaban sobre la mesa, pero no lo lastimé. Decía que yo lo
había envenenado, que no veía bien y le dolía la cabeza, estaba mareado parece,
se tambaleaba. Después agarró ese cuchillo y se lo puso en el pecho, me decía
que lo matara, que era fácil solo tenía que apretar ahí, pero se cayó… Yo lo di
vuelta y traté de sacarlo, pero él se movió un poco y después quedó quieto. Ahí
vi la sangre en mis manos y me desesperé, llamé a la policía.
-
¿Cuál era el motivo de la discusión?
-
Él tenía otra mujer y yo la había conocido. La llamé
desde su celular y nos encontramos, yo le dije que lo dejara y ella me amenazó,
pero después no la volví a ver.
-
Tiene que darme ese número, habría que hablar con ella
también para aclarar esto.
-
No hay nada que aclarar, él se mató solo.
-
Eso es lo que usted dice, ahora vamos a comprobarlo. Descanse
señora y quédese tranquila, unos hombres van a vigilarla para que no le pase
nada, usted no puede salir de su casa tampoco.
-
Entiendo, gracias, muchas gracias- alcanzó a decir la
mujer y con un hondo suspiro se quedó inmóvil con los ojos cerrados como si
durmiera.
Salió a la calle que se había
iluminado con luces artificiales, volviendo apurados los pasos que buscan el
descanso del fin de la jornada. Los autos pasaban acelerando por la avenida y
él buscó el suyo para salir rodeando el boulevard con rumbo a la Jefatura , el Comisario
decidiría como seguir la investigación.
-
Buenas noches señor, vengo del departamento donde se produjo
el hecho.
-
¿Y que le parece?
-
Ella dice que no fue, pero estaba con sangre en las
manos y no había nadie más. Igual tengo el celular de la amante del tipo, a lo
mejor ella sabe algo.
-
Si y también hay una herencia que se disputan con los
hijos del primer matrimonio de él. Parece que el seguro estaba a nombre de esta
mujer y es bastante jugoso por lo que pudimos averiguar.
-
Si, me parece que voy a hablar con la supuesta amante y
después veré lo de los hijos, si usted está de acuerdo señor.
-
Si proceda con el interrogatorio a esa mujer, yo voy a
confirmar lo de la póliza y le aviso que encontramos.
-
Como usted diga, me retiro entonces.
-
Vaya Gonzáles, mañana va a ser un día muy largo.
-
Hasta luego señor.
-
Hasta mañana inspector.
El teléfono sonó varias veces
hasta que atendió, él le explicó que debía hablar con ella en relación al hombre sin decirle
todavía que había fallecido, recién cuando llegó a la dirección que le había
dado y estuvieron en su pequeño departamento se lo contó.
El rostro joven se descompuso en
una mueca de dolor que se convirtió en sollozos y lágrimas que rodaban por sus
mejillas.
-
¿Cómo, qué le pasó?
-
No sabemos exactamente, pero parece que su esposa lo
apuñaló, ella dice que se hirió solo.
-
No puede ser, yo la conocí, ella no pudo haber sido.
-
Estamos viendo, por eso quiero saber cuando fue que lo
vio por última vez.
-
La semana pasada, el jueves creo, me dijo que ya no
íbamos a poder vernos, al menos por un tiempo, por el encuentro ese con su
esposa. Me dijo que ella no estaba bien y podía hacer una locura…pero no me
imaginé esto.
Ella volvió a soltar el llanto y
el Inspector recorrió con la mirada el pequeño departamento con muebles
austeros. Sobre una pequeña repisa divisó un portarretratos y caminó hasta tomarlo.
-
Esta es un foto reciente parece, no vi ninguna así en
casa de su esposa.
-
La saqué un fin de semana que viajamos a Cataratas,
hace como un mes, lo pasamos tan bien.
Eso se notaba en la sonrisa
colgada del rostro despreocupado con fondo verde de los árboles del Parque que
rodea al Iguazú.
-
¿Puedo llevármela? Prometo que se la voy a devolver
mañana mismo, apenas le saque unas copias.
-
No se preocupe, tengo otra copia y la imagen guardada
en mi computadora.
-
Como usted diga. Voy a dejarla ahora y disculpe por la
noticia que tuve que darle.
-
No se preocupe, no es su culpa y de todas maneras me
hubiera enterado.
Salió del edificio con el sol
difuso sobre su cabeza, pensó en almorzar, pero recordó que debía esperar para
ver los movimientos de esta señorita que no parecía tener relación con el hecho
en si, pero con seguridad había sido parte de lo que desencadenó la tragedia. Un
llamado de la jefatura le informó de la detención de la viuda, lo que dejaba
solamente este cabo suelto al menos por ahora.
Durante todo lo que quedó del día
mantuvo su guardia con la vista atenta a los movimientos en el edificio, pero
recién cuando estaba oscureciendo la vio salir del departamento, que estuvo con
sus persianas cerradas todo el tiempo que él permaneció allí. La siguió por calles
que se alejaban del centro de la ciudad, hasta una esquina con una casa antigua
donde se metió sin esperar a que le abrieran, él esperó a que saliera y entró
por la misma puerta. El olor a sahumerios fue lo primero que le impactó, luego
las luces tambaleantes de las velas, que le daban un aspecto etéreo a las
sombras de los santos en las paredes. Al fondo del salón estaba sentada una
anciana frente a una pequeña mesa de madera con una silla libre, se sentó en
ella y la miró fijo a los ojos.
-
Vengo a preguntarle por la señorita que acaba de salir.
-
¿Quiere que le haga un trabajo para enamorarla? Ella
está enamorada de otro, no voy a poder.
-
¿De quien está enamorada?
-
No tengo por que decirle, eso es entre mis clientes y
yo. Secreto profesional.
-
Soy inspector de policía y estoy investigando el crimen
de esta persona, que era amante de la chica que acaba de salir- dijo extendiéndole
la foto del muerto cuando todavía sonreía.
-
Este es del que ella está enamorada…estaba pobre. Era
un desgraciado, pero que en paz descanse.
-
¿Ella le pidió que le hiciera un trabajo a él?
-
Si, le hice un curundú[1], pero
hace rato ya. Yo le dije que por ahí no funcionaba porque alguien ya le había
hecho uno bien fuerte. Dicho y hecho, ella vino la otra semana a decirme que él
la había dejado y yo no pude hacer más nada por que lo que hice no anduvo.
-
¿Entonces por qué vino ahora a verla?
-
Me pidió un té para los nervios, seguro que por la
noticia esta que usted le habrá dado.
-
Seguramente. Bueno señora, voy a dejarla por ahora,
pero tenga cuidado con lo que hace, no se le vaya a pasar la mano.
-
No diga eso y espere que le voy a sacar un poco la mala
onda esa que tiene- dijo y comenzó una oración entre dientes, mientras con sus
manos recorría sin tocar el contorno del hombre, que no sabía como reaccionar.
Salió a la noche cubierta de
estrellas y caminó la cuadra de distancia hasta su auto con las manos en los
bolsillos, silbando una vieja canción de fogones pasados. Cuando estaba
llegando notó que una de las cubiertas traseras estaba pinchada, no se había
desinflado totalmente pero podría dañarla si la dejaba puesta.
Abrió el baúl lentamente y
comenzó el operativo de críquet, llave y rueda de auxilio, mientras todavía
silbaba, ya pensando en el descanso de la soledad de su departamento.
Cuando estaba terminando de
ajustar las tuercas vio un taxi detenerse frente a la casita donde había estado
minutos antes y vio ascender a la anciana apurada, mirando si alguien la
observaba. Apenas pasaron frente a él arrancó y los siguió a prudente
distancia. La calle se volvió avenida y luego ruta, se sorprendió al llegar a la Garita de la salida y
seguir viaje rumbo a la oscuridad. Pasaron el peaje y tomaron por un camino de
tierra colorada que serpenteaba entre montes y campos, hasta que detrás de una arboleda
el taxi detuvo su marcha. Gonzáles tuvo que apagar las luces inmediatamente y
detenerse donde estaba, esperando que no lo hayan notado. En silencio caminó en
la oscuridad para verlos internarse por un senderito entre el monte, por donde
él los siguió con el mayor sigilo.
Los haces de las linternas
iluminaban el recorte de las tumbas sobre el fondo del murallón de piedras y a
pesar de la oscuridad consiguió reconocer la parte trasera de las Ruinas Jesuíticas
de Santa Ana. Los vio acercarse hasta uno de los nichos y a la mujer sostener
la linterna mientras el taxista corría una de las lápidas. Entonces ella se
agachó y extrajo un pequeño bulto que ocultó en el abrigo liviano que llevaba
puesto.
Los interceptó cuando estaban a
punto de salir del cementerio, con el arma en la mano.
-
Deténganse, quiero ver que andan haciendo por acá a
estas horas.
-
Pero mi hijo, no estamos haciendo nada. Usted anda muy
nervioso parece.
-
Muéstreme lo que tiene entre las ropas.
-
No tengo nada entre las ropas.
-
¿Y esto? A ver que es- dijo, sacándole de un tirón el bulto
que intentaba ocultar.
El inspector Gonzáles acercó una
de las linternas y desenvolvió lentamente la tela colorida, con sorpresa
descubrió que dentro tenía una foto igual a la que él le había mostrado, pegada
a un muñeco con la cabeza torturada por varios alfileres y una gruesa aguja con
una cinta roja clavada en el corazón.
El payé
Se trata de una creencia o
superstición muy común, que en la región del litoral recibe este nombre. En
ciertos rituales realizados por el payesero o payesera los objetos reciben
poder y con ellos se pueden causar daños u obtener algún beneficio. Se usan en
este proceso objetos comunes y también pelos o uñas de la persona en cuestión
mezclados con ciertos productos específicos vegetales o animales. Estas
prácticas incluyen al fetichismo a través de la construcción de reproducciones
de imágenes o tallas de la victima o la utilización de fotografías para
realizar el daño con alfileres o fuego.