domingo, 25 de marzo de 2018

La intangible fuerza del desamor


El departamento olía a rancio, como si la muerte se hubiera detenido demasiado tiempo y se mantuviera flotando su presencia indeleble. Pero sobre todo, estaba el olor del paso de los años depositado sobre los muebles, el peso de la monotonía y el olvido de que cada día puede ser otro día y no el mismo repetido.
El inspector se acercó al cuerpo y puso toda su atención en esa observación, haciendo que se desvanecieran los ruidos de los otros oficiales revisando los demás cuartos y la misma cocina donde él estaba en cuclillas. La figura levemente inclinada hacia la derecha era grande y ocupaba casi todo el pasillo, un charco de sangre lo rodeaba, dándole un halo macabro. A su alrededor había restos de platos, formando figuras asimétricas estrelladas contra el piso.
-          Ayúdeme acá agente.
El uniformado se acercó y tomó de las piernas el cuerpo inerte, para ayudar al Inspector a darlo vuelta. Lo observaron deteniendo la mirada en el rostro lívido, todavía con una mueca de asombro en sus ojos fijos. Sobre su pecho asomaba el mango de madera de un cuchillo de cocina, la hoja de veinticinco centímetros había entrado limpia entre las costillas al lado de la tetilla izquierda, seguramente atravesando el corazón.
       -  ¿Dónde está la mujer?
       - En el dormitorio, estaba desmayada cuando llegamos.
       - ¿Y quien llamó a la policía?
       - Ella, pero después le bajó la presión, la está viendo el médico ahora.
Se puso de pie y caminó hasta la habitación donde estaba la mujer acostada en la gran cama cubierta con un lujoso edredón.
-          ¿Como está ella doctor?
-          Está bien, bastante asustada, pero ya está consciente. ¿Se fijó en el cuerpo?
-          Si, parece que tiene solamente esa herida.
-          Si, pero fue más que suficiente. Hace mas o menos una hora que pasó, ella dice que cayó sobre el cuchillo y se lo clavó, murió al instante.
-          Ahora la voy a interrogar. Gracias doctor.
Recorrió con la mirada el cuarto bien amoblado, corrió las cortinas cargadas que ocultaban la vista al río del gran ventanal y se dejó volar desde ese décimo piso para recorrer el cielo donde el sol dejaba una estela naranja mientras se perdía en el horizonte.
-          ¿Cómo está señora? Soy el inspector Gonzáles y estoy a cargo del caso.
-          Estoy mejor, pero todavía no puedo creer que haya pasado.
-          ¿Estaban peleando?
-          Estábamos discutiendo sí, el me amenazó y yo le tiré unos platos que estaban sobre la mesa, pero no lo lastimé. Decía que yo lo había envenenado, que no veía bien y le dolía la cabeza, estaba mareado parece, se tambaleaba. Después agarró ese cuchillo y se lo puso en el pecho, me decía que lo matara, que era fácil solo tenía que apretar ahí, pero se cayó… Yo lo di vuelta y traté de sacarlo, pero él se movió un poco y después quedó quieto. Ahí vi la sangre en mis manos y me desesperé, llamé a la policía.
-          ¿Cuál era el motivo de la discusión?
-          Él tenía otra mujer y yo la había conocido. La llamé desde su celular y nos encontramos, yo le dije que lo dejara y ella me amenazó, pero después no la volví a ver.
-          Tiene que darme ese número, habría que hablar con ella también para aclarar esto.
-          No hay nada que aclarar, él se mató solo.
-          Eso es lo que usted dice, ahora vamos a comprobarlo. Descanse señora y quédese tranquila, unos hombres van a vigilarla para que no le pase nada, usted no puede salir de su casa tampoco.
-          Entiendo, gracias, muchas gracias- alcanzó a decir la mujer y con un hondo suspiro se quedó inmóvil con los ojos cerrados como si durmiera.
Salió a la calle que se había iluminado con luces artificiales, volviendo apurados los pasos que buscan el descanso del fin de la jornada. Los autos pasaban acelerando por la avenida y él buscó el suyo para salir rodeando el boulevard con rumbo a la Jefatura, el Comisario decidiría como seguir la investigación.
-          Buenas noches señor, vengo del departamento donde se produjo el hecho.
-          ¿Y que le parece?
-          Ella dice que no fue, pero estaba con sangre en las manos y no había nadie más. Igual tengo el celular de la amante del tipo, a lo mejor ella sabe algo.
-          Si y también hay una herencia que se disputan con los hijos del primer matrimonio de él. Parece que el seguro estaba a nombre de esta mujer y es bastante jugoso por lo que pudimos averiguar.
-          Si, me parece que voy a hablar con la supuesta amante y después veré lo de los hijos, si usted está de acuerdo señor.
-          Si proceda con el interrogatorio a esa mujer, yo voy a confirmar lo de la póliza y le aviso que encontramos.
-          Como usted diga, me retiro entonces.
-          Vaya Gonzáles, mañana va a ser un día muy largo.
-          Hasta luego señor.
-          Hasta mañana inspector.
El teléfono sonó varias veces hasta que atendió, él le explicó que debía hablar con ella en relación al hombre sin decirle todavía que había fallecido, recién cuando llegó a la dirección que le había dado y estuvieron en su pequeño departamento se lo contó.
El rostro joven se descompuso en una mueca de dolor que se convirtió en sollozos y lágrimas que rodaban por sus mejillas.
-          ¿Cómo, qué le pasó?
-          No sabemos exactamente, pero parece que su esposa lo apuñaló, ella dice que se hirió solo.
-          No puede ser, yo la conocí, ella no pudo haber sido.
-          Estamos viendo, por eso quiero saber cuando fue que lo vio por última vez.
-          La semana pasada, el jueves creo, me dijo que ya no íbamos a poder vernos, al menos por un tiempo, por el encuentro ese con su esposa. Me dijo que ella no estaba bien y podía hacer una locura…pero no me imaginé esto.
Ella volvió a soltar el llanto y el Inspector recorrió con la mirada el pequeño departamento con muebles austeros. Sobre una pequeña repisa divisó un portarretratos y caminó hasta tomarlo.
-          Esta es un foto reciente parece, no vi ninguna así en casa de su esposa.
-          La saqué un fin de semana que viajamos a Cataratas, hace como un mes, lo pasamos tan bien.
Eso se notaba en la sonrisa colgada del rostro despreocupado con fondo verde de los árboles del Parque que rodea al Iguazú.
-          ¿Puedo llevármela? Prometo que se la voy a devolver mañana mismo, apenas le saque unas copias.
-          No se preocupe, tengo otra copia y la imagen guardada en mi computadora.
-          Como usted diga. Voy a dejarla ahora y disculpe por la noticia que tuve que darle.
-          No se preocupe, no es su culpa y de todas maneras me hubiera enterado.
Salió del edificio con el sol difuso sobre su cabeza, pensó en almorzar, pero recordó que debía esperar para ver los movimientos de esta señorita que no parecía tener relación con el hecho en si, pero con seguridad había sido parte de lo que desencadenó la tragedia. Un llamado de la jefatura le informó de la detención de la viuda, lo que dejaba solamente este cabo suelto al menos por ahora.
Durante todo lo que quedó del día mantuvo su guardia con la vista atenta a los movimientos en el edificio, pero recién cuando estaba oscureciendo la vio salir del departamento, que estuvo con sus persianas cerradas todo el tiempo que él permaneció allí. La siguió por calles que se alejaban del centro de la ciudad, hasta una esquina con una casa antigua donde se metió sin esperar a que le abrieran, él esperó a que saliera y entró por la misma puerta. El olor a sahumerios fue lo primero que le impactó, luego las luces tambaleantes de las velas, que le daban un aspecto etéreo a las sombras de los santos en las paredes. Al fondo del salón estaba sentada una anciana frente a una pequeña mesa de madera con una silla libre, se sentó en ella y la miró fijo a los ojos.
-          Vengo a preguntarle por la señorita que acaba de salir.
-          ¿Quiere que le haga un trabajo para enamorarla? Ella está enamorada de otro, no voy a poder.
-          ¿De quien está enamorada?
-          No tengo por que decirle, eso es entre mis clientes y yo. Secreto profesional.
-          Soy inspector de policía y estoy investigando el crimen de esta persona, que era amante de la chica que acaba de salir- dijo extendiéndole la foto del muerto cuando todavía sonreía.
-          Este es del que ella está enamorada…estaba pobre. Era un desgraciado, pero que en paz descanse.
-          ¿Ella le pidió que le hiciera un trabajo a él?
-          Si, le hice un curundú[1], pero hace rato ya. Yo le dije que por ahí no funcionaba porque alguien ya le había hecho uno bien fuerte. Dicho y hecho, ella vino la otra semana a decirme que él la había dejado y yo no pude hacer más nada por que lo que hice no anduvo.
-          ¿Entonces por qué vino ahora a verla?
-          Me pidió un té para los nervios, seguro que por la noticia esta que usted le habrá dado.
-          Seguramente. Bueno señora, voy a dejarla por ahora, pero tenga cuidado con lo que hace, no se le vaya a pasar la mano.
-          No diga eso y espere que le voy a sacar un poco la mala onda esa que tiene- dijo y comenzó una oración entre dientes, mientras con sus manos recorría sin tocar el contorno del hombre, que no sabía como reaccionar.
Salió a la noche cubierta de estrellas y caminó la cuadra de distancia hasta su auto con las manos en los bolsillos, silbando una vieja canción de fogones pasados. Cuando estaba llegando notó que una de las cubiertas traseras estaba pinchada, no se había desinflado totalmente pero podría dañarla si la dejaba puesta.
Abrió el baúl lentamente y comenzó el operativo de críquet, llave y rueda de auxilio, mientras todavía silbaba, ya pensando en el descanso de la soledad de su departamento.
Cuando estaba terminando de ajustar las tuercas vio un taxi detenerse frente a la casita donde había estado minutos antes y vio ascender a la anciana apurada, mirando si alguien la observaba. Apenas pasaron frente a él arrancó y los siguió a prudente distancia. La calle se volvió avenida y luego ruta, se sorprendió al llegar a la Garita de la salida y seguir viaje rumbo a la oscuridad. Pasaron el peaje y tomaron por un camino de tierra colorada que serpenteaba entre montes y campos, hasta que detrás de una arboleda el taxi detuvo su marcha. Gonzáles tuvo que apagar las luces inmediatamente y detenerse donde estaba, esperando que no lo hayan notado. En silencio caminó en la oscuridad para verlos internarse por un senderito entre el monte, por donde él los siguió con el mayor sigilo.
Los haces de las linternas iluminaban el recorte de las tumbas sobre el fondo del murallón de piedras y a pesar de la oscuridad consiguió reconocer la parte trasera de las Ruinas Jesuíticas de Santa Ana. Los vio acercarse hasta uno de los nichos y a la mujer sostener la linterna mientras el taxista corría una de las lápidas. Entonces ella se agachó y extrajo un pequeño bulto que ocultó en el abrigo liviano que llevaba puesto.
Los interceptó cuando estaban a punto de salir del cementerio, con el arma en la mano.
-          Deténganse, quiero ver que andan haciendo por acá a estas horas.
-          Pero mi hijo, no estamos haciendo nada. Usted anda muy nervioso parece.
-          Muéstreme lo que tiene entre las ropas.
-          No tengo nada entre las ropas.
-          ¿Y esto? A ver que es- dijo, sacándole de un tirón el bulto que intentaba ocultar.
El inspector Gonzáles acercó una de las linternas y desenvolvió lentamente la tela colorida, con sorpresa descubrió que dentro tenía una foto igual a la que él le había mostrado, pegada a un muñeco con la cabeza torturada por varios alfileres y una gruesa aguja con una cinta roja clavada en el corazón.






El payé

Se trata de una creencia o superstición muy común, que en la región del litoral recibe este nombre. En ciertos rituales realizados por el payesero o payesera los objetos reciben poder y con ellos se pueden causar daños u obtener algún beneficio. Se usan en este proceso objetos comunes y también pelos o uñas de la persona en cuestión mezclados con ciertos productos específicos vegetales o animales. Estas prácticas incluyen al fetichismo a través de la construcción de reproducciones de imágenes o tallas de la victima o la utilización de fotografías para realizar el daño con alfileres o fuego.



[1] Brebaje que cumple una función mágica. (payé o gualicho)

No alcanza


Hay algo raro en la tierra misionera, a lo mejor es el color, que se pega en la alpargata y no sale ni fregando dos horas con jabón de coco. La palangana se tambalea cuando sacudo el cepillo, salen gotitas coloradas que se me pegan en la remera y más puteo todavía.
Pero capaz que lo que más me extraña es que las cosas a veces no son lo que parecían ser. Uno espera que los trillos se abran y nos dejen pasar, porque venimos para adelante, pero no es tan así chamigo. Yo hace rato que vengo empujando el carro, y sigo como estaba nomás, desamparado parece. Algunas noches, cuando llueve demasiado en agosto, parece que no vamos a llegar, pero siempre aguantamos.
-          -Dale Gervasio, que ya es tarde y no llegamos.
-        -  Como que no llegamos? Ocho raídos ya sacamos.
-        -  Está bien, pero apurate a terminar con esa planta que ya nos vamos.
-       -   Dale, juntá las cosas vos, que yo termino solo esto.
Tiene razón el Julián, voy a ir terminado nomas, lo que está, está, si falta recuperamos mañana. Pero tiene razón también que no alcanza, así saque diez raídos no alcanza.

Si he de morir - Novela

Los protagonistas de la historia sabenque hay cuestiones sin las cuales   este paso por la vida no tiene sentido. Carlos ha estado preso d...